domingo, 25 de febrero de 2018

II, 16. «Jóvena portavoza» (2)


De la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos
que han suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar
en hormigas o en tortugas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió
mi incredulidad me mostró un hormiguero, como si éste fuera una prueba.
(Borges, «El informe de Brodie» [1970])

Quienes también hoy se rigen por el pensamiento mágico, sostienen, entre sus cuatro o quizá infinitos dogmas de patio de colegio o de andar por casa, que la persona lengua —a la que por resultarles tan poco amistosa señalan con su pulgar fascinado— es el mismísimo mundo, tan animado y animista. Creen, ciegos como el rey de los Yahoos, que cambiarla lo transforma. En vano les argumentará un cartesiano que eso sucede sólo en el inverificable orbe metafísico, construido y poblado en exclusiva por palabras. (Aunque de vez en cuando por él paseen un loco de Waterloo o una señora, prima hermana del arcángel Gabriel, que con valentía vence el miedo a la pelu para fundirse la caja de resistencia en estilismos ginebrinos.)
En vano, sí: quien pretenda empoderar o visibilizar a las mujeres repitiendo a todas horas, por ejemplo, que es jóvena portavoza, enarbola su bandera y levanta sus trincheras en la esfera metafísica, con los consiguientes efectos meramente simbólicos que se llevará el viento. Volvamos al mundo físico o verificable para buscar una analogía sencillita: ¿habrá quien, por empoderar o visibilizar su Corsa, fervorosamente guarde en su guantera el manual de un Jaguar? Por escasa que sea su militancia racionalista, todo quisque entenderá que un utilitario no se transforma en un coche de alta gama tuneando el manual; pero se ve que a los coros angelicales les resulta bien arduo comprender que portavoza —aunque visibilice durante un minuto de gloria a quien pronuncia esa voz— ni encumbra ni libera a ninguna mujer. Ojalá fuera así de fácil en el mundo físico.
Lo que sí sucede en éste es que las minorías dirigentes hablan y escriben de manera diferente al resto. Practican, por la manía de distinguirse, la superstición de la diglosia. Sin necesidad de viajar a las ciénagas de los Yahoos descritas por David Brodie en el cuento de Borges, bastará saber que en Tanzania «el inglés se utiliza para la política, el comercio y la universidad», el suajili «para la comunicación entre los distintos grupos del país» y las lenguas vernáculas «en la comunicación local y familiar». Y ya dentro de un mismo idioma, las posibilidades diglósicas se multiplican hasta el asombro. Como el que provoca esa variedad A, tan prestigiosa que se emplea en situaciones formales o para describir el fantástico retrogusto de los vinos, opuesta a la B, reservada para usos sociolingüísticos cotidianos, o sea, referidos a «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa»; así es como en la variedad A del español decimonónico se diría lo que, puesto en B, resultaba ser «lo que pasa en la calle», según Juan de Mairena[1]. Antonio Machado y sus complementarios es que se ponían muy serios o senequistas cuando bromeaban.
Para lo que voy tratando, otro tipo de diglosia afecta al sistema gramatical: la variedad A «posee unas categorías» «que se reducen o desaparecen» en la B (añadiré que o al revés). Ocurre así en el doble sistema que encarnan las oposiciones (nada judiciales) la juez / el juez y la jueza / el juez. El lenguaje genéricamente inclusivo constituye, hoy y para este caso, la variedad diglósica A o de prestigio, por ser de la que tiran ahora las élites —el rey yahoo, la reina y sus cuatro hechiceros— cuando encargan manuales de estilo, redactan leyes y decretos o imponen censuras (el/la facha, carca, machista) para todos nosotros, que dormimos allá donde nos pilla: «con excepción del rey, de la reina y de los hechiceros, los Yahoos duermen donde los encuentra la noche». Tal variedad A resuelve que juez y concejal son de género gramatical masculino. Por eso postula un morfema –a que marque el género femenino: jueza, concejala, jóvena, portavoza. Morfema innecesario en B, que con artículos y adjetivos tiene más que suficiente: la joven portavoz, el honrado concejal. El razonamiento RAM de la prestigiosa y dirigente variedad A implica, por tanto, entender que, en la vulgar B, todos los morfemas que no sean –a marcan el género gramatical masculino, incluyendo un entonces imprescindible morfema –Ø: juezØ. Con trampas hechiceriles como ésta, no hay duda: la lengua (en realidad, su variedad diglósica B, la de los dirigidos por la élite) es machista hasta decir basta.
El modo RAM no cambia el mundo ni el Corsa, claro, pero con su mágica diglosia de A convierte en infinitas las palabras de género gramatical masculino, que en B son tantas como las del femenino. Donde se aprecia que el problema no es el idioma, sino esa peculiar, hechiceril y primitiva manera de sumar morfemas. Como escribió Brodie sobre los Yahoos: «Cuentan con los dedos uno, dos, tres, cuatro, muchos; el infinito empieza en el pulgar».
Más a mano, imposible.

[1] Si no se tiene a mano A. Machado, Juan de Mairena. Sentencias, donaires y recuerdos de un profesor apócrifo (1936), ed. J. M. Valverde, Madrid, Castalia, 19912, p. 41, lo explica muy bien J. Carbonell, «Antonio Machado i l’educació», El diari de l’educació, 21-2-2014. Aprovecho la nota para ejercer ese privilegio que es citar a J. L. Borges, «El informe de Brodie», en Narraciones, ed. M. R. Barnatán, Madrid, Cátedra, 19844, pp. 203-210.


2 comentarios:

  1. Pues, en esto de crear géneros nuevos a las palabras, recuerdo con mucho gusto la palabra "merluzo", que siempre me ha hecho mucha gracia. Y "botellón", "sortijón" y "casoplón", que ya no las podremos decir, claro.

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  2. "Merluzo" es una prueba del feminismo de la lengua, ¿no? Las otras tres indican que lo que es moderado (género femenino) se hace exagerado cuando se le añade el género masculino. (Con perplejidad me estoy descubriendo que razono ya como el modo RAM.)

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