sábado, 20 de enero de 2018

VII, 13. El estilo como ocupación de espacio

Tres años después de haber sido adquirido por la Universidad de Texas en Austin, el archivo personal de García Márquez (1927-2014) se encuentra en gran parte disponible, desde el mes pasado, entre las colecciones digitalizadas del Harry Ramson Center. Contiene esta «Colección de Gabriel García Márquez» «borradores originales de obras publicadas e inéditas», «álbumes de fotografías» y «correspondencia, recortes, cuadernos, guiones». En la parte ya accesible puede consultarse la copia mecanografiada en 1966, con mínimas correcciones autógrafas, de Cien años de soledad, que ocupa 493 cuartillas de —calculo grosso modo— 27-28 líneas cada una; y las pruebas de imprenta en que el autor revisó ligeramente el texto de esta novela para su edición conmemorativa, que en 2007 publicó la Academia Española. Probemos a experimentar con dichos materiales.
Primero, la hipótesis: estilo es la forma de ocupar un espacio virgen. La estrategia de escritura con que el autor se enfrenta a los folios en blanco, provisto con el «arma cargada de futuro» (Celaya) cuyas municiones suministran el idioma, la imaginación y la memoria: tres fábricas que son una.
Comprobemos la hipótesis con un experimento. Sean, en la mencionada copia de 1966 (Ms.) de Cien años de soledad, las páginas 1-21, su primera sección, que abarca unas 580 líneas de texto mecanografiado. En tal espacio, incógnito cuando García Márquez tenía ante sí un montón de cuartillas por inaugurar, la lectura atenta revela tres puntos estratégicos:
1º) El memorable inicio de la que sería una obra convertida pronto en clásica, es decir, en partitura cuyo comienzo registran múltiples y sucesivos lectores durante varias generaciones, y cuyo texto irán manipulando esas mismas memorias:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. (Ms., p. 1)

2º) El que se sitúa en la clausura de la exploración, por parte de José Arcadio Buendía, del espacio que circunda Macondo. Exploración pareja a la fascinante descripción del bosque y la ciénaga en la escritura de García Márquez, febrilmente guiado por las andanzas aventurescas y emprendedoras de su personaje:

Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía volvió a atravesar la región, cuando ya era una ruta regular del correo, y lo único que encontró de la nave fue el costillar carbonizado en medio de un campo de amapolas. (Ms., p. 14)

3º) El que emerge cuando el novelista había casi vencido el vértigo de darse a la escritura, y volvía a aquel «descubrimiento de los sabios de Memphis», el hielo, que fue comunicado a los habitantes de Macondo por una segunda tribu de gitanos:

[…] muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado […] oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis. (Ms., pp. 18-19)

Estos tres puntos, con sus respectivas 3, 4 y 9 líneas mecanografiadas, ocupan aproximadamente el 2,7% de las cuartillas de la sección. Espacio tan escaso como estratégico, porque sus recurrencias establecen el armazón para alcanzar el objetivo prioritario del relato: trazar un hilo argumental. Aquí, el de José Arcadio Buendía, patriarca familiar y fundador de Macondo, que exploró los lugares prodigiosos que rodeaban a la aldea y tiempo después, junto con sus dos hijos —el futuro coronel Aureliano Buendía uno de ellos—, descubrió el hielo.
En torno a los tres puntos estratégicos desde los que conquistar esta geografía del estilo, García Márquez desarrolla varias tácticas para apropiarse del territorio de papel. Dos son los modos básicos de cualquier ocupación lingüística: el neutro, como en anodina frase del tipo «revivió la tarde de marzo», y el marcado, como en la recién leída en Cien años de soledad: «volvió a vivir la tibia tarde de marzo». En la táctica marcada, señal de una escritura que regresa sobre sí para ser corregida y depurada, opera idéntico mecanismo que en la línea de puntos estratégicos: la repetición, base del ritmo y de la música. En el microespacio «volvió a vivir la tibia tarde de marzo», las aliteraciones de volvió a vivir y tibia tarde se cobran la pieza de la musicalidad. El resultado del sobreesfuerzo táctico marcado, es la ampliación de ambos sintagmas, si se comparan con los desnudos núcleos de la táctica neutra: revivió y tarde. Pero la marcada persigue, además, la precisión: ese efecto de restar significado (restringiéndolo o acotándolo) al núcleo tarde, mediante el paradójico procedimiento de sumarle el adjunto tibia. Siendo la precisión el resultado de una adición sintáctica, se requiere ocupar un mayor espacio. La marcada es, por tanto, táctica de derroche lingüístico.
Que se observa en múltiples lugares. En aquellos, por ejemplo, en que opera otra táctica: la que multiplica por tres el espacio conquistado, como el ya citado «los pífanos y tambores y sonajas» (Ms., p. 19). De las trimembraciones que figuran en la sección inicial de Cien años de soledad, las más próximas a la táctica neutra —en cuanto estadísticamente esperables— son «les enseñó a leer, escribir y a sacar cuentas» y quizá «los chivos, los cerdos y las gallinas» (pp. 18 y 10). Más elaboradas resultan «piedras pulidas, blancas y enormes», «la cabeza cuadrada, el pelo hirsuto y el carácter voluntarioso» y sobre todo «las fieras, la desesperación y la peste» y «pretextos, contratiempos y evasivas» (pp. 1, 17, 4 y 15). Nótese que algunas son reducibles a un solo elemento: «los chivos, los cerdos y las gallinas» quedaría con táctica neutra en «los animales (domésticos)»; o bien se deshilachan con el uso, según le pasó al mismo García Márquez en 2002 cuando recicló el pasaje de su novela en que figura la frase «vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas», para adaptarlo a su autobiografía: «vivían los chivos en comunidad pacífica con los cerdos y las gallinas» (Vivir para contarla, cap. 1). Caso que evidencia cómo una táctica neutra puede destruir cualquier efecto musical.
A la demorada conquista del territorio de la cuartilla en blanco contribuye asimismo en Cien años de soledad la táctica enumerativa. Si la trimembración operaba en el sintagma haciéndolo complejo, desde ese ámbito asciende la enumeración hasta el oracional. Que a su vez puede contener cualquier x-membración, como el trimembre del primero y tercero de los siguientes casos (pp. 4 y 10) o los bimembres («saltimbanquis […] y malabaristas […]», «estiércol y sándalo») del segundo (p. 19):

atravesó la sierra, se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste.

Llevando un niño en cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con saltimbanquis de dientes acorazados de oro y malabaristas de seis brazos, sofocado por el confuso aliento de estiércol y sándalo que exhalaba la muchedumbre […].

La enumeración multiplica los efectos rítmicos de una prosa así:

Tenía una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas.

Prosa musical, susceptible entonces de ser interpretada con clave de poema anisosilábico, como en las partituras de los viejos cantares de gesta:

Tenía una salita amplia y bien iluminada, [14 sílabas]
un comedor en forma de terraza con flores [14]
de colores alegres, dos dormitorios, [12]
un patio con un castaño gigantesco, [12]
un huerto bien plantado y un corral [11]
donde vivían en comunidad pacífica [13]
los chivos, los cerdos y las gallinas. [11]

Sí: la ocupación demorada del espacio novelístico se asemeja en Cien años de soledad a la poesía y su derroche de márgenes e imágenes. Porque es música y exactitud que procede de ella. Pudiera atestiguarlo ese «un huerto bien plantado» de García Márquez que transporta la memoria al —o que deriva del— «por mi mano plantado tengo un huerto». De la oda I de fray Luis de León, «A la vida retirada».
La del lugar arcádico que Macondo fue[1].

[1] Cotejo la serie inicial del Ms. de García Márquez con Cien años de soledad, ed. J. Joset, Madrid, Cátedra, 19862, pp. 71-91 (los que considero tres puntos estratégicos, en pp. 71, 85 y 88; los casos tácticos de ocupación de espacio que trato, en pp. 88, 88, 80, 71, 87, 74 y 86 [trimembraciones] y 74, 89 y 80 [enumeraciones]). Menciono también Vivir para contarla, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 44. El fenómeno del texto que es clásico por ser más duraderamente manipulado, se comenta en Literaventuras, «VI, 24. Toparse de oídas es llorar» (16-8-2014); y la imposibilidad de conjugar precisión y concisión se prueba en Literaventuras, «II, 8. La teoría lingüística del bonobús» (24-5-2012).


No hay comentarios:

Publicar un comentario