domingo, 31 de diciembre de 2017

IX, 44. La liga de los reductores de ruinas múltiples

Por lo que llevamos experimentado[1], se entiende que los autores de sonetos sobre ilustres e ilustradoras ruinas, casi nunca las vieron. Castiglione se supone que sí, las de Roma; Herrera quizá, las de Itálica, que le pillaban cerca, al fondo a la izquierda del barrio de Triana. Para contemplar las de Cartago, a Garcilaso, Cetina y Tasso no les bastó con pisar las arenas del desierto africano: tuvieron que echar mano de alguna guía de viajes. Sin problemas, pues, dada su condición de lectores impenitentes. Ayudaría, por ejemplo, el Libro I de las Historias de Polibio, que adujo y recondujo (hacia La Goleta) Herrera en sus Anotaciones (p. 472):

domingo, 17 de diciembre de 2017

IX, 43. Herrera modifica una teoría que se sabe

Como Garcilaso y Cetina, también multinacional poeta soldado de Carlos V fue Bernardo Tasso (1493-1569) en Túnez. Y como ellos, su cuarto a espadas y plumas había echado sobre las ruinas de Cartago; que, aunque sagradas, sólo quedaron en su canto como telón de fondo en que lamentar que «Marte sanguinoso» lo hubiera alejado de la amada. De modo que su soneto venció por el lado del yo el característico bitematismo a lo Castiglione: apenas el primer cuarteto de Tasso se dedica a invocar a los restos supuestos de la antigua Cartago y al africano desierto abrasador que lo quisieran escuchar. Así que T = RcT1 + Ya3. Como leímos ya hace tiempo «Sacra ruina che ‘l gran cerchio giri…» (Rime [ed. 1537], III, 9), lo recordaré ahora con pálida versión sonetil mía: