martes, 8 de septiembre de 2015

IX, 32. Gracián relee a Ramón (1)

Como hoy es fiesta en Málaga, estoy trabajando. Manías de profesor. Llega un momento (suele ser por septiembre) en que pasa, mientras preparas clases: harto ya de cantar las bellezas y verdades de las obras que son eternas mientras duran; de contar las mil vicisitudes de autores que fueron, claro, de carne y hueso; de segmentar el espacio-tiempo con etiquetas colganderas para estantes de historia reponedora; de convertir la poesía en crónica, surge la «urgencia de lo conceptuoso», que es como definió Gracián la agudeza. Vamos, que la inteligencia debe ganar la partida a la repetición. Deberes de clase.
En su espectacular Agudeza y arte de ingenio (1648), Baltasar Gracián teoriza sobre la inteligencia activa, desde el principio de que la agudeza es «un acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos». Como es «anfibio» y «ambidextro», el ingenio «discurre a dos vertientes» mediante «el careo», procedimiento que le permite descubrir

la correspondencia y conformidad entre los dos términos, el aplicado y el que se aplica. Hácese, pues, el careo, búscase alguna correlación o consonancia entre las circunstancias o adyacentes de entrambos términos, como son causas, efectos, propiedades, contingencias y todos los demás adherentes, y en descubriéndola, sirve de fundamento y de razón para la aplicación de aquel término con el sujeto.

Esta teoría predice la greguería de Ramón Gómez de la Serna, que va más allá de la manida y parcial fórmula de metáfora + humor = greguería. La brevedad aforística de la greguería concierta con la máxima de que las agudezas sentenciosas, las preferidas por Gracián, «cuanto más breves son en el dicho, suelen ser más profundas en el sentido». Un asunto de física y geometría humanistas.
En el principio, nuestra necesidad de buscar y preguntar, tan bien captada y explicada por Ramón: «La oreja humana interroga siempre, porque, si bien se observa, tiene forma y dibujo de interrogación». Esta correspondencia visual es la más frecuente en las greguerías. Así, con las letras, los signos de puntuación y los números: «La A es la tienda de campaña del alfabeto», la B su «ama de cría», la F «el grifo», la i «el dedo meñique», la S «el anzuelo» y la T «el martillo». Otros casos: «Cuando se dice “asteriscos” parece hablarse de diminutos pedazos de estrella»; «Los ceros son los huevos de los que salieron las demás cifras».
Más difíciles son las correspondencias basadas en el oído, hasta el punto de que Ramón tuvo que acompañar la siguiente greguería con un dibujo: «Hay también otros fenómenos que se podrían llamar correspondientes, y entre ellos está el que sucede con el pantalón cuando el hombre gordo se ata un zapato». Esta otra relaciona, también por el sonido, el llanto y el frenazo: «El tranvía aprovecha las curvas para llorar». Como era de esperar, Ramón mezcla los sentidos mediante la sinestesia: «—¿Oyes ese olor? —dijo ella en el jardín». El jardín, claro, es el modernista.
Hecho un maquinón escolástico, Gracián clasifica y subclasifica procedimientos, en plan probo docente jesuita. Digamos de paso que Ramón pone la letra:
1.1. La correspondencia de proporción confronta un sujeto o centro con sus adjuntos, o estos entre sí, hallando «una cierta armonía». Ramón relaciona la radiografía, en cuyo dibujo del esqueleto superior piensa, con otros dos referentes: «Los húsares van vestidos de radiografía»; «La radiografía nos descubre el corsé interior».
1.2. La correspondencia de improporción es «el otro extremo», «contrapuesto a la proporción». Escribe Ramón: «La pesadilla del pianista consiste en soñar con un piano de teclado kilométrico».
2.1. La ponderación misteriosa alza «misterio entre la conexión de los extremos»; luego, «dase una razón sutil, adecuada, que la satisfaga». Dice Ramón: «En la veleta [razón], el viento monta en bicicleta [ponderación misteriosa]».
2.2. La ponderación de dificultad «consiste en levantar alguna oposición o disonancia entre los dos correlatos, que es rigurosamente dificultar». Parece evidente que Gracián pensaba en este ejemplo ramoniano, que alude al proverbial fracaso de los pescadores: «Pescar es un aperitivo para comer después pollo con arroz».
Esta correspondencia de Gracián releyendo a Ramón, fundiendo temporalidades o saltando contextos, es, por hablar con propiedad, la Historia de la literatura.


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