domingo, 15 de febrero de 2015

V, 17. El español en bragas (1)


Para Maria Llopis,
que megusteó el spoiler

Vaya por delante que aprecio, y mucho, la escritura inteligente y provocadora de Fernando Iwasaki cuando va en plan crítico literario o cultural. Por caso: «La polla de Cervantes. Consideraciones sobre cómo la remetería y qué pajillas echaría» (2005), uno de esos trabajos que, de vez en cuando, introducen el aire fresco de las bienhumoradas plazas en la bibliografía académica, aquí referida a la literatura sexual. Sin embargo, ya saben que en español (lengua que llaman así en todos los sitios, excepción hecha de España) el giro vaya por delante es uno de esos anunciadores —y por tanto destructores— de la intriga que la gramática, tan miope y atenta en exclusiva a los huesecillos de un idioma, no es capaz de explicar. Ya se lo digo yo: el giro anticipa que por detrás viene, según es costumbre, el postre. Eso que Iwasaki llama «dar por cubo» en su artículo «Las bragas de Pitágoras. Teorema en torno al erotismo y la pornografía» (1996). Donde de pasada (p. 111, n. 5) se menciona al amante hortera Carlos de Inglaterra, que fue ya asunto de un par (IV, 2 y IV, 3) de literaventuras.
Se pueden hacer una idea de «Las bragas de Pitágoras» en un blog que reproduce el fragmento clave de un texto que geometriza, con solera y originalidad, los conceptos de erotismo y pornografía, popular parejita, si bien para concluir lo de siempre. También lo verán a trozos en el almacén de libros amputados que es Google Books, que, por su maña para mostrar y simultáneamente velar textos, supongo que será menos pornográfico que erótico. En cualquier caso: «Las bragas de Pitágoras» no por estupendo deja de acarrear un habitual complejo de inferioridad, que Iwasaki extiende allí no sólo a los «hombres de letras», sino especialmente a ese amplio nosotros que él denomina «los hispanos», cuya extensión territorial nunca hubieran imaginado para su provincia Hispania los romanos, tan convencidos de que el mundo se precipitaba en abismo un pelín más allá de la Lisboa fundada por Ulises.
El mentado complejo hispano de inferioridad se hace artículo completo en «La Mancha Extraterritorial», que dio a luz el chileno El Mercurio (17-8-2014), aunque lo iré citando por su reproducción en el mexicano Confabulario (30-8-2014), sin tener en cuenta que Iwasaki había anunciado parte de su argumento en un suelto que, con el mismo título, publicó el español Abc (24-4-2014). El trabajo, pues, ha navegado por las dos orillas del ancho océano que grapa la Península con el único continente donde basta con subirse al AVE de una sola lengua —y no es el inglés— para recorrerlo de punta a punta. Vaya de nuevo por delante que apenas comparto un solo enunciado de «La Mancha Extraterritorial»: «Jorge Luis Borges, el último genio de la literatura universal y el gran clásico de la lengua española después de Miguel de Cervantes». Indudable.
Y ahora, a dar por cubo. Desde el principio convierte Iwasaki hechos positivos en un lamento. Síntoma consustancial a esa enfermedad típicamente hispana que resulta ser el complejo de inferioridad. ¿Que sigue creciendo el número de nativos de español hasta llegar hoy a quinientos millones? ¿Que el primer país del mundo es ya el segundo por número de hispanohablantes? No importa: lo al parecer relevante es que en Nueva York cierren librerías especializadas en libros publicados en la que Iwasaki llama, tirando de muletilla indigna de su escritura, «la lengua de Cervantes»: «Nueva York refleja muy bien la verdadera situación de nuestro idioma en Estados Unidos: millones de hispanohablantes viendo por televisión el partido México-Holanda y ni una sola librería de habla hispana». Cualquiera diría que Iwasaki —a pesar de disponer de web propia en que anuncia sus obras y servicios de animación cultural— ignorara que las librerías también son virtuales. Que se lo pregunten, por caso, a un «desconocido» Fernando Trujillo, que en 2010 vendió en Amazon 3.000 ejemplares de sus libros.
Por lo demás, Iwasaki está convencido de que el español es lengua de paletos. Vamos, figúrense: ni siquiera el políglota Steiner la habla. Total, ese idioma

puede ser muy útil para hacer turismo, comprender canciones, ver películas, copiar alguna receta y —lo más sofisticado— disfrutar de ciertos poetas y escritores; pero en ningún caso para beber de las propias fuentes del conocimiento, pues ni la ciencia de primer nivel, ni los grandes negocios, ni la alta diplomacia emplean el español.

Se ve que Iwasaki tiene un concepto muy reducido de la vida, ese espacio-tiempo donde la gente casca sin parar, va de turismo gritando muy despacito a los guiris para que la entiendan, escucha canciones, sale al cine, arguiñenea en la cocina, lee sus cositas… Y muchas más acciones que un mortal —el alejado de la alta literatura, la ciencia fetén, el capitalismo feroz y voraz o la finísima diplomacia— realiza en su aldehuela, en el barro de su barrio, en su cama y en su casa, apoyándose en la palanca de un idioma. Pero que no, oiga, que somos quinientos millones de catetos y punto. ¿Qué decir entonces de las siguientes mil lenguas, situadas a mil leguas demográficas del español? Pues que «los idiomas oficiales de la Comisión Europea son inglés, francés y alemán». ¿Y consultar «las propias fuentes del conocimiento», don Fernando, hombre? A ver: que las lenguas oficiales de la multilingüe Unión Europea son veinticuatro. Incluyendo al español. Pero erre que erre: se tira de este idioma «para la diplomacia y los negocios» apenas «cuando una de las partes habla español». Mira que son considerados los extranjeros con los pobres hispanos monolingües. Hasta la República Popular China, que gasta una pastizara en sus versiones internacionales (inglés, francés, árabe y ruso) de la Televisión Central, ha tenido que reservar algunos yuanes a la CCTV en español. Y eso que lo hispano representa un mercado y un objetivo estratégico insignificantes para el Iwasaki que habita en el mítico (o ficticio) Olimpo.
Y se ve que mantiene segunda vivienda en Babia.


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