sábado, 25 de octubre de 2014

X, 17. Para abolir el tiempo

El blog sufre rachas —curiosa palabra, que ahora quiero creer hermana de razia— de inactividad. Suelen coincidir con la hiperactividad del bloguero en otros ámbitos, por otras nubes, en lares más o menos ajenos o alejados. Al regreso, como que ha crecido el cansancio y se ha perdido entrenamiento. Y en estas, una estudiante griega de hace unas promociones, Athiná, me escribe para que le envíe algún poema mío. Goza Athiná de esa exquisita intuición que brota de la peregrina mixtura de sensibilidad e inteligencia. Cómo no va a llamarse Atenea. ¿Y por qué supones que alguna vez compuse poesía?, le pregunto. Da lo mismo: lo sabe.
Interrogando a la memoria del ordenador, que la otra va muy saturada, encuentro un viejo álbum de textos, Confesiones y conjuros para abolir el tiempo, que colecciona las ruinas y los restos de una intermitente dedicación poética que abandoné —tirando por lo bajo— hace décadas. Quizá siglos. Lo deduzco por cierto poemilla con fecha, «Profesión de fe horaciana (1991)», que remite a latidos o ritmos anteriores: «Otra vez te hice caso, / Quinto Horacio Flaco, / y guardé mis poemas / durante nueve años».
Como de todo, documentos y monumentos, poemas y palacios y pirámides, guarda la memoria colectiva una incompleta selección de fragmentos. Tal vez porque, aun sin sospecharlo, seamos apenas quebrados restos de un lento y largo naufragio. Nada quedará de Para abolir el tiempo, Atenea, pero no fuera por no intentarlo. Esta «Posología», por caso, inscrita en su apertura:

No se agite antes de leer.
Requiere el poema reposo:
lento, pues, se suministre.
Recuerde que sin pausas
no se mantienen la poesía,
la voz evidente ni el pulso.
En pautadas, mínimas dosis,
apenas son los versos adictivos:
uno por cada varios millares,
las estadísticas certeras
arrojan cifra despreciable
de crónicos incurables.
No se advierten muchas más
contraindicaciones.

O quizá algunos retazos. Como —en el alba de la escritura— de filósofo presocrático. El final de «Epitafio orientador»: «Este, sí, papel amarillento / en que reposan mis restos / verbales, desde ahora soy. // Lo que fui, caminante, / nunca podrás saberlo: / el poeta ha muerto. Nacen / sus versos y —si quieres— su recuerdo».
Y cómo no, el amor. Expresado en cierta estrofa de la «Declaración primera»:

Amo el agua de los salvajes
manantiales, las amapolas,
el alba y el rocío, la mirada
en luz de las muchachas,
la noche serena y el enigma.
Enajenado y transformado
lo confieso; enajenado pronuncio
las palabras del conjuro aquel
que salve este amor contra el tiempo.

No sé. Por qué no «Plaza Mayor», que pude haber compuesto en Salamanca, durante una noche de esas de ir cerrando bares:

... El sol se esconde
y llega la noche,
contrabandista de tristeza,
llega la noche alborozada
entre un peine de chimeneas,
mientras resuenan pasos
en las piedras de la plaza
mayor, multiplicada
en mil espejos de lluvia.

O fuera, quizá, otra esa noche eterna, la de «Horas de amor y magia», gozadas no sé dónde… (O sí lo sé, pero que hable solo el poema):

A las cuatro de la magia
la madrugada es risas y vino,
la madrugada que se desliza
felina por tantas calles
que la niebla empaña.
A las cinco de la magia,
sobre las proas de tus besos,
surcan mis labios el océano
gozoso alborotado
del amor y del ansia.
A las seis de la magia,
enamorado hasta la luna
en la noche clara
de medulas llena.
A las cuatro, a las seis
de la magia y de la luz,
de nuevo latiré en un ritmo
por el que corceles cabalgan
de pasión arrebatada.

Más instantes quedaron en Para abolir el tiempo, instantes de —según releo en otro texto— «ese corazón que latiera / millones de veces al tiempo / del odiar, del vivir y del amar». Pero por no cansar. Un último fragmento, de «El poeta ahorcado», compuesto tras la ejecución de Benjamin Moloise, sudafricano:

Aguardaréis la luz, asombrosas sombras,
aguardaréis el vuelo ocre y ceniciento de las palomas.
Aguardaréis, sombras de musgo, la venida violenta
del huracán y del temblor de tierra, sombras,
sombras que aleteáis en mi semblante,
el de quien aguarda el rígido rigor de la horca.

Género muy expuesto resulta el autocomentario. No más, desde luego, que el autorretrato. De modo que añadiré, simplemente, que mirándome ahora en el cristal fragmentado de mis viejos versos, adivino un otro yo compañero hecho de sílabas y distancia. Y ya basta por hoy.
A ver si voy a acabar dando en la nostalgia.


6 comentarios:

  1. Tendrías que deleitarnos más con estos textos, amigo Gaspar...
    Esperando la próxima dosis, recibe un abrazo fuerte

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  2. Y que no baste. Veo en esos bellos conjuros gozo, regocijo y buena poesía. Ni melancolía ni nostalgia, que son aliados del tiempo. Saludos y un efusivo abrazo.

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  3. Entiéndase aliadas

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  4. Athiná Stylianí Michou11 de junio de 2015, 17:11

    Leo de nuevo sus poemas y la Vida atraviesa cada celula y cada respiración de cada célula!
    Muchas gracias!!!

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