sábado, 26 de octubre de 2013

IX, 17. Interpretación poliédrica (o cervantina)

Se veía venir. El licenciado Peralta no cree al alférez Campuzano cuando este afirma que ha oído conversar a dos perros. Eso no cabe en cabeza humana, ni las leyes naturales permiten que suceda tal hecho extraordinario. El alférez tenía prevista la reacción de su interlocutor. De modo que Campuzano añade tres nuevos factores que reducen, o relativizan, la distancia insalvable que la naturaleza y la imaginación fijan entre lo ordinario y lo extraordinario. Vamos: que la verdad y la mentira no dibujan un simple triángulo (naturaleza — imaginación o software mental — hecho), sino un poliedro. O en forma menos geométrica: los límites entre verdad y mentira se tornan difusos si se les aplican esos tres factores de corrección, o alguno de ellos. A saber:
1. La credulidad: el receptor está dispuesto a creer lo que se le cuente. Pide Campuzano a Peralta: «sin hacerse cruces, ni alegar imposibles ni dificultades, vuesa merced se acomode a creerlo». Si Peralta fuera militante, votante o simpatizante de un determinado partido, aceptaría la palabra de sus dirigentes. Si del PP, la de Rajoy sobre el caso Bárcenas: un presunto delincuente que traicionó la confianza depositada en él por la dirección; si del PSOE, las de Chaves y Griñán sobre el caso ERES: unos presuntos delincuentes traicionaron la confianza depositada en ellos por la Junta de Andalucía; si de Convergencia, la de Mas sobre el caso Palau: unos presuntos… Etcétera. De donde se comprende que la credibilidad del emisor y, de rebote, la credulidad del receptor, dependen en última instancia de la instrucción particular inscrita en el software mental de este último. También de la capacidad dialéctica del emisor: además de Campuzano, Rajoy, Chaves, Griñán, Mas y otras estrellas de la oratoria.
2. La experiencia: presenta este factor la desventaja de que, fuera de las paredes de un laboratorio, incluso los eventos ordinarios no suelen ser repetibles. El testigo afirma, como Campuzano: «yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros […] hablar […] y a poco rato vine a conocer, por lo que hablaban y de lo que hablaban, los que hablaban, y eran los dos perros». Por mucho empeño que la policía judicial o el juez instructor pongan en recabar pruebas y reconstruir hechos, Bárcenas entregando sobres a diestro y siniestro (o solo a diestro), Guerrero privatizando fondos públicos para unos camaradas en la revolución o Millet distrayéndose en el desfalco de los palcos del Palau de la Música celestial, son presuntas escenas a cuyo puzle siempre le faltarán piececillas por aquí y por allá. A ese puzle más o menos (in)completo creo que le llaman verdad judicial. Y no solo es que a veces prescriba; es que depende de unos textos: el sumario y la sentencia.
3. El milagro: «si no es por milagro no pueden hablar los animales», se lee en la novela cervantina. Porque desde los tiempos decimonónicos de Nietzsche la religión ha ido siendo sustituida por la política; de lo contrario, se diría que este factor ha perdido su operatividad en pleno siglo XXI. La graciosa frasecilla que emplean, exclamativamente, quienes siguen sin enterarse de lo poco que cambiamos.
En general. Y no digo ya de voto.


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