domingo, 15 de septiembre de 2013

III, 40. Otra «nibola», 8. Canción histórico-satírica

La biblioteca sería el mundo, según Hugo de Foleto y Jorge Luis Borges, pero la librería con el aire acondicionado a tope apenas daba para Polo Norte. A Francesillo de Azcoitia su primo, el correveidile pancrónico de Zúñiga, le estaba pegando un plantón de no te menees. Así que, harto de esperar y medio congelado, salió del benemérito establecimiento. Por la calle se dio a la tarea de repasar, con sus gafas robóticas, Jot Down, inagotable fuente de esperpentismo. En alegre compaña de otros transeúntes que, aplicados en sus móviles aplicaciones o encerrados en el mundo virtual de sus tamagochis parlantes —proyecciones de su yo social, o a lo menos de su brazo—, iban siendo atropellados en tiempo real cuando venga de poner y recibir tuiters y guasaps vitales: «mAñaNaa maKuEshto to pRoNtiiKoOo». Y zas, el trolebús que arrambla con el cani, por cruzar en rojo mientras mima distraído su sintaxis emoticona.
Francesillo de Azcoitia se había topado entre las páginas virtuales de Jot Down con una interviú a aquella novelista para lectores simples que lo precisaban todo redactado muy clarito, o más bien nieblista de no enterarse o niveísta de Nivea: Lucía Echevarría (en valenciano, Etxebarria), concursante de reality. Quien ante el preguntador pontificaba sobre sus muchas lagunas y largaba incoherencias en torno a lo divino, lo humano y los mercados, por la cosa de crear su público objetivo. Este, sintetizado en los lectores de la e-revista, la recreaba luego con comentarios interactivos de mucho tino y mala leche, que no dejan de ser lo mismo. Y que eran, como casi siempre, lo más interesante de la entrevista. Lo digital es lo que tiene.
Daba Francesillo otro clic y salía el abuelo Xavier Vidal-Folch haciendo gala olvidadiza de su cobardía, que por si fuera poco atribuía, «en el buen sentido de la palabra», a sus congéneres catalanes. Como si el tipo tuviera el gusto de conocerlos a todos y estuvieran ellos cortados por un mismo patrón. Era la manía esa de hacerle un puente de sinécdoques al censo electoral y al padrón municipal: todos los que viven y votan en un lugar Equis son equistinos, de donde conforman un pueblo de voluntad y actitud unánime que, en consecuencia, parla con única voz. Y nunca se equivoca la susodicha voz equistina. Leyendo las respuestas de Vidal-Folch se entendían la mar de bien tantas derivas y hundimientos, tantas derrotas y derrotes del ilustre periódico progre que, gestionado que fuera por arrepentidos falangistas de toda la vida, al parecer había medio codirigido en la sombra.
Un clic más, y se hallaba Francesillo ante el liberal, ex exiliado o lo que en cada esquina fuere menester, Luis María Ansón, dedicado a concreto plan plurianual de reinventar su biografía, empeño que había cobrado impulso tras anglosajonizar su apellido en Anson: un académico sin tildes. Tenía averiguado Francesillo que fue Anson, real academico, quien recomendó a Aznar que pidiera porfaplís a Bush II que le llamara Ansar en la intimidad, «my friend Ansar», si aspiraba a dejar su huella en la Historia posando sus piececillos sobre la mesita de caoba del Emperador demoaristocrático. Aquel resultó un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la Hispanidad.
En tales lecturas y reflexiones andaba Francesillo de Azcoitia cuando se encontró con José María P. H. Él y otro de los narradores de este verídico relato, amigo por más señas de Francesillo, a quien se lo presentó una tarde, habían sido compañeros, cuando estudiantes capigorrones ambos en las aulas de la vieja Complutense. Bajo el brazo llevaba José María, que no gustaba mucho de los cacharros electrónicos, un amarillento ejemplar de Estampa. Comunicó con el de Azcoitia su feliz contenido: entrevistado en aquel número de la tal revista sobre El ruedo ibérico y sus «novelas históricas» (que el esperpento desquicia los asuntos, mas sin cometer falsedad), Valle-Inclán, que le echaba a todo mucho morro, venía a decir que Francesillo de Zúñiga era discípulo suyo. Y lo situaba por tanto «dentro de mi manera»:

Este género de literatura satírica tiene una gran tradición. Brantôme, por ejemplo, y entre nosotros y sobre todo, Quevedo. Muy curiosa y dentro de mi manera es la Crónica burlesca de don Francesillo de Zúñiga, bufón de la corte de Carlos V. Habla en la crónica —probablemente apócrifa— de unas Cortes celebradas en Valladolid. Don Francesillo de Zúñiga, o quien fuere, va pasando lista a todas las grandes figuras y viéndolas a una luz traviesa y zumbona. La literatura satírica es una de las formas de la canción histórica que cae sobre los poderosos que no cumplieron con su deber.

Buscó Francesillo de Azcoitia en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional, marchosa base de datos con rima interna, la revista Estampa. Y luego escaneó, con sus Google Glass todoterreno, las páginas 10-11 de aquel número 48, a la luz expuesto un 28 de noviembre de 1928. Terminado que hubo, contó a su interlocutor que estaba viviendo como personaje y conarrador una nibola neoesperpéntica por entregas. Al ser incorporado a dicho relato, qué menos que José María P. H. le pidiera noticias de tal estirpe de nivola, siendo que se le aseguraba escrita así la palabreja: nibola.
Con be de bufón.


2 comentarios:

  1. Con be de bufón...y de burla , befa, broma y bulla. Trabajo tiene el zumbón Francesillo con lo que acontece bajo el punzante y pulido garrote de Gaspar. Sospecho que las satíricas entregas no tendrán fin, nibolesco amigo.

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    1. Algún fin habrá que ponerles, más pronto que tarde. En cuanto los poderosos cumplan con su deber. Un abrazo.

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