jueves, 10 de enero de 2013

IX, 4. Vanguardias del siglo XVI

Puede que la tradición inmediata fuera incapaz de justificar las Soledades, pero no la protesta gongorina de primogenitura creativa. Pues ya Boscán, jugando implícitamente con la frase probar mi espada, se había vestido con los ropajes de capitán de la vanguardia poético-italianista del XVI. Si bien, a lo Moreno Villa —como el teorema ha de ser universal, su formulación permitirá el científico anacronismo—, era capitán prudente.
Colíder con Garcilaso fue Juan Boscán de la segunda vanguardia italianista española. Segunda, porque evidente me parece que la vanguardia boscaniana proseguía, en su italianismo, a la encabezada mucho tiempo antes por el dantesco Francisco Imperial.  El caso fue que, en el prólogo de 1543 a su cancionero petrarquista, reconocía Boscán su «miedo» a «provar mi pluma en lo que hasta agora nadie en nuestra España ha provado la suya», pues «he querido ser el primero que ha juntado la lengua castellana con el modo de escrivir italiano»[1].
De estudiar esa nueva manera ítalo-española se supo a su vez iniciador, unas décadas después de Boscán, el Herrera que en 1580, antes de comenzar su edición anotada de Garcilaso, dijera de la Poética:

aunque sé que es difícil mi intento i que está desnuda nuestra habla del conocimiento d’ esta disciplina, no por esso temo romper por todas estas dificultades, osando abrir el camino a los que sucedieren.[2]

Así que pasaron cinco años, fray Luis de León se apuntó al carro de este camino (iter) cuando en 1585 defendía su obra doctrinal compuesta en romance:

Y si acaso dixeren que es novedad, yo confiesso que es nuevo y camino no usado por los que escriven en esta lengua poner en ella número, levantándola del descaymiento ordinario. El qual camino quise yo abrir, no por la presumpción que tengo de mí —que sé bien la pequeñez de mis fuerças—, sino para que los que las tienen se animen a tratar de aquí adelante su lengua como los sabios y eloquentes passados.[3]

El teorema del prurito de originalidad nos sitúa ante la paradoja, pues, de que nada nueva sea la postura vanguardista. Suceso de toda época. Y de todo ego: el afán de subrayar el mérito del pionero conquistador de territorios vírgenes dentro del ecosistema. Mérito propio de uno mismo. Autoalabanza. Ya digo: asuntos de reiteración resultan estos de las vanguardias y las novedades.
Lo nuevo es siempre lo antiguo.

[1] Las obras de Juan Boscán de nuevo puestas al día y repartidas en tres libros, ed. C. Clavería, Barcelona, PPU, 1991, pp. 230-231.
[2] F. de Herrera, Anotaciones a la poesía de Garcilaso, ed. I. Pepe y J. M. Reyes, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 263-264.
[3] L. de León, De los nombres de Cristo, ed. C. Cuevas García, Madrid, Cátedra, 19865, p. 497.

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