domingo, 16 de septiembre de 2012

VI, 15. Quevedos de ver

Junto a Dante, otros autores hay de cuyos nombres quisimos acordarnos en esa creación colectiva, multiestrática, literaria y secular que va resultando el español. Donde los quevedos son «lentes de forma circular con armadura a propósito para que se sujete en la nariz»; el nombre de tal artefacto se debe, claro, a que «con esta clase de anteojos está retratado» «F. de Quevedo y Villegas», según explica el Diccionario de la Academia y se comprueba en el retrato suyo que ejecutó Juan van der Hammen.
¿Y el honor calderoniano? Tanto lo llevó a su escena propagandística (todo teatro es propaganda, no faltaba más) Calderón de la Barca, el siempre grave don Pedro, que lo hizo código. Y al idioma migraron por fin ese sintagma y su adjetivo: calderoniano es lo que posee «rasgos característicos de la obra de este dramaturgo español», sabrá decir en su momento la 23ª edición del Diccionario de la Academia.
Dejemos «los muros de la patria mía», que escribió Quevedo y repetimos luego tantos al creer que patria significaba allí ‘nación’ (Tobar Quintanar, en La Perinola, 6, 2002), y miremos hacia otras partes. A Francia, por ejemplo, para añadir pantagruelismo a este repertorio literaventuresco. En De literatura y arte… (Madrid, 1903) dio noticia de esa voz Enrique Ramírez de Saavedra, académico e hijo de académico: «entró en el lenguaje usual para significar una vida sin cuidados ni aprensión, entregada á todos los goces». Sin atender a su predecesor, los académicos actuales solo reconocen el adjetivo pantagruélico, procedente de «Pantagruel, personaje y título de una obra de Rabelais»: «Dicho de una comida: En cantidad excesiva». La primera definición, del hijo del duque de Rivas, tiene su aquel de romántica. Más prosaica resulta la segunda. Por donde afloran dos opuestos adjetivos, romántico, ‘sentimental, generoso y soñador’ y prosaico, ‘falto de idealidad o elevación, insulso, vulgar’, que derivan a su vez de nuestra percepción literaria del mundo. Y la retroalimentan.
Puestos a evocar palabras procedentes de las literaturas, paremos mientes en hamletiano. El Diccionario de la RAE calla aún respecto a ese término. ¿Quién no lo ha oído, sin embargo, casi indisolublemente asociado al sustantivo duda? Por el contrario, tres palabras de origen por fuerza posterior a Shakespeare sí están registradas: sadismo, «Perversión sexual de quien provoca su propia excitación cometiendo actos de crueldad con otra persona», según prácticas descritas por el «marqués de Sade, 1740-1814»; kafkiano, que, «relativo a Franz Kafka o a su obra», se dice «de una situación: Absurda, angustiosa»; lolita, «Mujer adolescente, atractiva y seductora», voz llegada desde «Lolita, personaje de la novela de W. Nabokov, 1899-1977». Gestada mucho antes aún que todas esas palabras es lésbico, que por «alus[ión] a Safo», la poeta griega de la isla de Lesbos, nombra lo «perteneciente o relativo al lesbianismo».
Un mundo el humano, en fin, hecho de palabras. Y visto no sin frecuencia a través de quevedos léxicos ficticios.

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