domingo, 15 de julio de 2012

III, 13. El reputado grito de la diputada

Me disponía a escribir de nuevo sobre pintura y literatura, fútbol y filosofía, pensamiento y filología: esas cosillas del ánimo humano que abren abismos intermitentes entre nosotros y la rutina de la estupidez; pero no hay manera. De continuo salta un indocumentado a dar la nota, en acción idiota que merece glosa. El turno ha sido ahora para la diputada Andrea Fabra, reputándose desde su escaño y escoñándola ante el hemiciclo.
La diputada reputada acaba de obtener su minuto cutre de gloria, de hacerse un hueco a voces en los corrales y los corrillos. Al grito de «¡Que se jodan!». Lo profirió cuando el Presidente del Gobierno —sucesor del memo patético e irredento que en su ineptitud no servía ni para contar nubes— leía no del todo bien, registrador y compungido, la lista de la compraventa, con sus impuestos y sus recortes para parados de todas las duraciones, funcionarios forgesianos y de los otros, jubilados, emprendedores egregios y gregarios, clases pasivas y pasivas reflejas, enfermos, alumnos, estudiantes y mediopensionistas… Todo el que por allí pasara. «¡Que se jodan!».
El «¡Que se jodan!» de la reputada diputada Fabra, que se sepa su máxima contribución teórica al esfuerzo de solucionar recesiones, crisis y depresiones, va a quedar para los restos como sincero eslogan neoliberal que a pique está de hacerles sombra a los famosos «I like Ike» y «Yes, we can». Al tiempo.
La reputada y disputona diputada llevaba desde el año 2004 calentando el sillón, primero en el activo Senado y luego en el proactivo Congreso. No se le conocían intervenciones de interés. Llegaría, se pondría a emborronar sudokus, saldría a desayunar, visitaría alguna Comisión, dicen que la de Educación (¡ahí es nada!), saldría a comer, aplaudiría sesudos informes y dictámenes de los suyos, incluso les haría la ola, leería el Hola, saldría a merendar, votaría lo que le mandaran en el grupo parlamentario, patearía sesudos informes y dictámenes de los otros, abriría y cerraría —enseguida y muy arrepentida— el portátil… Se iría de compras y a cenar. Jornadas de arduo trabajo parlamentario a tiempo completo y de paso, a la espera de ir computando legislaturas para consolidar una carrera política. En Madrid o en provincias, como se lleva diciendo por estos lares desde el siglo XIX.
¡Qué coño!: a la reputada y computada diputada Fabra le sobran razones para comportarse de manera tan decimonónica. Va acogida al ver volver de su paisano Azorín, que inspira la serie III de estas Literaventuras: «a estas nubes que ahora miramos, las miraron hace doscientos, quinientos, mil, tres mil años, otros hombres con las mismas pasiones y las mismas ansias que nosotros», de modo que «vivir es ver volver». Cuando el levantino Azorín se expresaba de tal manera en su libro Castilla (1912), la diputada estirpe de los Fabra señoreaba ya los destinos de Castellón de la Plana. Levantina provincia. Victorino Fabra Gil había sido presidente de su Diputación entre 1874 y 1892, pesada tarea que asumirían luego dos sobrinos suyos, Victorino e Hipólito Fabra Adelantado, que a ratos perdidos entre 1895 y 1906, y desde el mismo sillón, se desvelaron por los castellonenses todos. En este dejarse la piel al servicio de lo público les sucedieron (1918-1922 y 1955-1960) nuevos linajudos descendientes.
La saga se revitalizó con el padre de la reputada y computada diputada Andrea Fabra: Carlos Fabra Carreras, que vio volver el tiempo de regir, desde 1995 hasta 2011, y sin interrupciones, la Diputación castellonense. Según testimonios del señor Google y la señora Wikipedia, parece que fue imputado por tráfico de influencias, cohecho y delito fiscal. Pero pelillos a la mar de Castellón: es legendario que don Carlos compensaba tales sinsabores cuando iba siendo agraciado por loterías y apuestas mutuas del Estado. Varias veces. Las que sean, que no hay por qué entrar en detalles. En todo caso, veces más numerosas que las nulas en que se obró el milagro de que desde los cielos descendieran aviones en el aeropuerto que el benéfico presidente Fabra construyera al lado de la estatua de sí mismo, perpetua usuaria de la luenga y desierta pista de asfalto.
Carrerones como el labrado por el señor Fabra Carreras son auspiciados, en todos los partidos, por la enfermedad electoral que padece España, que ni tiene limitado el mandato de los que mandan, ni en ninguno de los cuatro puntos cardinales se libra del voto borreguil y caciquil: un voto religioso a los nuestros.
Así que doña Andrea ha de quedarse tranquila. Pase lo que pase, y aquí nunca pasa nada, podrá seguir conjugando sus verbos preferidos, por ejemplo en tercera persona del singular: Andrea Fabra diputa; Andrea Fabra computa; Andrea Fabra disputa; Andrea Fabra reputa.

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