domingo, 22 de abril de 2012

VI, 9. Otra historia es posible


Lo sintetizó Beramendi, que iba leyendo una Historia lógico-natural de España aún sin terminar: «Convendrás conmigo en que es más divertido escribir la historia imaginada que leer la escrita. Ésta suele ser embustera, y pues en ella no encuentras la verdad real, debemos procurarnos la verdad lógica y esencialmente estética»[1].
Antes de que presente a Santiuste como «un chiflado de talento» (IX, 65), Galdós ha esparcido en Prim (1906), su novela sobre los pronunciamientos militares progresistas previos a la Revolución del 68, alguna reflexión sobre la historia y la verdad. Pongamos esta prima hermana de la intrahistoria unamuniana: «Era el pueblo, que con su miseria, sus disputas, sus dichos picantes, hacía la historia que no se escribe, como no sea por los poetas, pintores y saineteros» (V, 39-40). O un par de espléndidos aforismos: «De verdades aderezadas con mentiras se apacientan las almas» (V, 41); «está muy en la naturaleza de la Historia: dar la razón a los que no la tienen» (VI, 52).
Quizá por esto último fuera preciso «escribir la historia de España, no como es, sino como debiera ser», tarea en que se empeñó Santiuste al redactar una Historia lógico-natural de los españoles de ambos mundos en el siglo XIX (VII, 55), «para uso y enseñanza de los espíritus superiores» (IX, 63). Escuchemos al propio autor: «Mi Historia no es la verdad pedestre, sino la verdad noble, la que el principio divino engendra en el seno de la lógica humana. Yo escribo para el universo, para los espíritus elevados en quienes mora el pensamiento total» (XXVIII, 183). Parece claro que por la mente de Santiuste correteaban Platón y Hegel. Por lo menos.
¡Ah!, y don Quijote. Aquel que «se llamó Santiuste» hasta un año y medio antes y que, tras penosa enfermedad, «ahora lleva el nombre de “Confusio”, que él mismo se aplica olvidado de su verdadero apellido» (VII, 54), era «una inteligencia de fuerza irregular y ciega, que se lanza sin tino a la cacería de las verdades distantes» (VII, 57), según definición del marqués de Beramendi, que lo protegía y leía.
Solo dos veces coincide con Ibero, el salvaje espiritista que protagoniza Prim, el «amigo don Juan Confusio» (XXVIII, 182), «señor esmirriado y taciturno que ocupaba la mejor habitación de la casa» de huéspedes en que ambos moraban: «en ella pasaba casi por entero las horas del día, entre libros apilados en el suelo y enormes masas de papel escrito o por escribir» (XXVII, 176). Ibero contempla al «eximio historiógrafo» o «desatinado historiador», «sin disimular el asombro que le causaba la figura amojamada, casi esquelética, del infeliz Santiuste», que confunde a su interlocutor con un príncipe (XXVIII, 182-183). Ya la patrona de la casa había presentado a Confusio casi como neoQuijote: «Ese señor», «prudente, modoso y bien criado», «tiene tanto talento, según dicen, que de la fuerza de las ideas y de la quemazón de su pensar estuvo trastornadito […]. Allí le tiene usted noche y día escribiendo la Historia de España, una historia nueva que dicen ha de ser el asombro del mundo, porque en ella todas las cosas y sucesos van por la buena, quiero decir, que no es una historia triste y desagradable, como la que estamos viendo todos los días, sino alegre y consoladora, como en rigor debiera ser siempre» (XXVII, 176 y 178). De hecho, Ibero, como casi todos los que se cruzaban con don Quijote, «dudó si el historiador era un loco de atar, o un espíritu proscripto que, encadenado en la tierra, poseía el secreto de la razón de la sinrazón» (XXVIII, 183).
En próximas literaventuras examinaremos los principios y las realizaciones de la obra de Santiuste, por ver si son aprovechables para la propuesta de una Literatura de la historia.
Cervantinamente aprovechables, quiero decir.

[1] Benito Pérez Galdós, Episodio 39. Prim, en Episodios nacionales. Cuarta serie. Prim. La de los tristes destinos, Navarra, Espasa Calpe-Grupo Unidad Editorial, 2008, pp. 18-209. En las citas, indicaré en romanos el capítulo de Prim, y en arábigos las páginas de esta edición. Aquí, XI, 74.

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